"En 1934, la Guardia Civil se hizo cargo de la detención
y custodia de los Mossos d´Esquadra"
Hace unos días, el
consejero de Interior en funciones de la Generalidad catalana, Felip Puig
(CiU), exhortó a los policías de los Mossos d’Esquadra a que, en caso de que la
Generalidad decida saltarse la ley, en referencia a una hipotética secesión
unilateral, este cuerpo apoyara sus demandas y se situara al lado del Gobierno
autonómico.
Al hilo de esta noticia, un lector ha realizado un brillante ejercicio de memoria
histórica y nos ha enviado la fotografía adjunta con el siguiente comentario:
"Los pueblos que no conocen su historia están condenados a repetirla. En
1934, la Generalitat proclamó unilateralmente la República Catalana. Entonces,
el presidente de la República era Niceto Alcalá-Zamora y Torres y el presidente
de gobierno Alejandro Larroux, proclamaron el Estado de Guerra y ordenaran la
detención en pleno del gobierno de Cataluña. La Guardia Civil se hizo cargo de
la detención y custodia de los Mossos d´Esquadra".
En su libro
"El Mundo a los Ochenta Años. Parte II", editado en Madrid también en
1934, el Premio Nobel de Medicina Santiago Ramón y Cajal también escribía un
artículo sobre esta cuestión que, igualmente, podría haberse firmado hoy.
Publicamos íntegramente su texto.
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"No me explico esta desafección
a España de vascos y catalanes"
Deprime y entristece el ánimo,
el considerar la ingratitud de los vascos, cuya gran mayoría desea separarse de
la Patria común. Hasta en la noble Navarra existe un partido separatista o
nacionalista, robusto y bien organizado, junto con el Tradicionalista que
enarbola todavía la vieja bandera de Dios, Patria y Rey.
En la Facultad de Medicina de Barcelona, todos los profesores, menos dos,
son catalanes nacionalistas; por donde se explica la emigración de catedráticos
y de estudiantes, que no llega hoy, según mis informes, al tercio de los
matriculados en años anteriores. Casi todos los maestros dan la enseñanza en
catalán con acuerdo y consejo tácitos del consabido Patronato, empeñado en
catalanizar a todo trance una institución costeada por el Estado.
A guisa de explicaciones del desvío actual de las regiones periféricas, se
han imaginado varias hipótesis, algunas con ínfulas filosóficas. No nos hagamos
ilusiones. La causa real carece de idealidad y es puramente económica. El
movimiento desintegrador surgió en 1900, y tuvo por causa principal, aunque no
exclusiva, con relación a Cataluña, la pérdida irreparable del espléndido
mercado colonial. En cuanto a los vascos, proceden por imitación gregaria.
Resignémonos los idealistas impenitentes a soslayar raíces raciales o
incompatibilidades ideológicas profundas, para contraernos a motivos prosaicos
y circunstanciales.
¡Pobre Madrid, la supuesta aborrecida sede del imperialismo castellano! ¡Y
pobre Castilla, la eterna abandonada por reyes y gobiernos! Ella, despojada
primeramente de sus libertades, bajo el odioso despotismo de Carlos V, ayudado
por los vascos, sufre ahora la amargura de ver cómo las provincias más vivas,
mimadas y privilegiadas por el Estado, le echan en cara su centralismo
avasallador.
No me explico este desafecto a
España de Cataluña y Vasconia. Si recordaran la Historia y juzgaran
imparcialmente a los castellanos, caerían en la cuenta de que su despego carece
de fundamento moral, ni cabe explicarlo por móviles utilitarios. A este respecto,
la amnesia de los vizcaitarras es algo incomprensible. Los cacareados Fueros,
cuyo fundamento histórico es harto problemático, fueron ratificados por Carlos
V en pago de la ayuda que le habían prestado los vizcaínos en Villalar,
¡estrangulando las libertades castellanas! ¡Cuánta ingratitud tendenciosa
alberga el alma primitiva y sugestionable de los secuaces del vacuo y
jactancioso Sabino Arana y del descomedido hermano que lo representa!
La lista interminable de subvenciones generosamente otorgadas a las
provincias vascas constituye algo indignante. Las cifras globales son
aterradoras. Y todo para congraciarse con una raza (sic) que corresponde a la
magnanimidad castellana (los despreciables «maketos») con la más negra
ingratitud.
A pesar de todo lo dicho, esperamos que en las regiones favorecidas por los
Estatutos, prevalezca el buen sentido, sin llegar a situaciones de violencia y
desmembraciones fatales para todos. Estamos convencidos de la sensatez
catalana, aunque no se nos oculte que en los pueblos envenenados
sistemáticamente durante más de tres decenios por la pasión o prejuicios
seculares, son difíciles las actitudes ecuánimes y serenas.
No soy adversario, en principio, de la concesión de privilegios regionales,
pero a condición de que no rocen en lo más mínimo el sagrado principio de la
Unidad Nacional. Sean autónomas las regiones, mas sin comprometer la Hacienda
del Estado. Sufráguese el costo de los servicios cedidos, sin menoscabo de un
excedente razonable para los inexcusables gastos de soberanía.
La sinceridad me obliga a confesar que este movimiento centrífugo es
peligroso, más que en sí mismo, en relación con la especial psicología de los
pueblos hispanos. Preciso es recordar –así lo proclama toda nuestra Historia–
que somos incoherentes, indisciplinados, apasionadamente localistas, amén de
tornadizos e imprevisores. El todo o nada es nuestra divisa. Nos falta el culto
de la Patria Grande. Si España estuviera poblada de franceses e italianos,
alemanes o británicos, mis alarmas por el futuro de España se disiparían.
Porque estos pueblos sensatos saben sacrificar sus pequeñas querellas de
campanario en aras de la concordia y del provecho común.
(Artículo de D. Ramón y Cajal)